En una ocasión un científico se fue a su casa de la playa para darle el
último toque a su valiosa obra “Mi gran aporte al quehacer científico”. Una
tarde, mientras miraba por la ventana la hermosa y solitaria costa, observó con
curiosidad un joven que parecía danzaba, lanzando algo al mar. Le pareció tan
extraño al científico que decidió aproximarse al joven para ver lo que pasaba.
Cuando se acercó vió que el joven no danzaba, si no éste recogía estrellas de mar y una a una las lanzaba al océano.
Cuando se acercó vió que el joven no danzaba, si no éste recogía estrellas de mar y una a una las lanzaba al océano.
El científico se sintió confundido. Se acercó y le dijo al joven:
-Buenas tardes amigo! Me pregunto ¿Qué está haciendo?
-Devuelvo estas estrellas de mar al océano, la marea está baja y todas
estas estrellas quedaron en la costa, si no las echo nuevamente al mar se
mueren.
-Entiendo, dijo el científico, pero esta playa es inmensa y debe haber
miles de estrellas, además esto pasa en otras playas a lo largo de la costa.
¿No se dá cuenta que esto no tiene sentido?
El joven sonrió. Tomó otra estrella, la miró y la arrojó al mar diciendo:
Para ésta sí tuvo sentido.
El científico no comentó nada, se fue a su cabaña y esa noche no pudo
dormir. Al día siguiente, al atardecer, se observaban dos siluetas que lanzaban
estrellas al mar.
(Adaptación del cuento de Jack Confield: De una a una)