Querida madre:
Deseo agradecerte como tus “no vas, no puedes, no se hace”, me ayudaron a fortalecer el valor de ser paciente y obediente. Muchas de tus decisiones no las comprendí en su momento y talvez no las comprendo ahora sin embargo acepto que tu intención siempre ha sido la mejor para mi.
Hoy añoro ese comentario de “si quieres ese regalo, paseo o juguete, debes ganártelo con tu comportamiento o notas” con eso me motivaste a fortalecer mi compromiso conmigo misma y con mis metas.
Madre que bueno que me enseñaste a amar a dios, no a temerle. Nunca te imaginarás el valor que ha tenido en mis momentos de angustia y presión el repetir el padre nuestro o el ave Maria que tú me enseñaste con tanto fervor.
Mis sueños y mi trabajo son mi responsabilidad, pero los valores humanos que me enseñaste son el sello que le imprimo a cada uno sin importar su magnitud.
Hay mami y cuando llegaba triste porque me fue mal en la escuela o cuando no pude llenar un examen, tu siempre ahí, esperándome con los brazos abiertos.
Gracias por corregirme cuando pronunciaba una palabra inadecuada, ahora adulta eso me permite mejor desenvolvimiento.
Que bueno que nunca creíste que tus hijos éramos los mejores y que nunca te molestaste con los vecinos o amigos que te deban quejas de nosotros, eso me enseñó a entender que no siempre nuestra conducta es la mejor.
Y aunque no entendía porque tanto afán en que aprendiera a arreglar bien la cama, organizar mis cosas y cuidar de mi ropa, ahora si entiendo que lo hacías para que aprendiera a ser responsable de mi misma.
Que bueno que vigilaste con quien nos juntábamos y controlaste nuestras llamadas, nadie como tu para reconocer un amigo que no me convenía.
Nadie como tu para decir siempre “tu puedes” esa positividad ha sido el motor que ha impulsado mi vida.
Hey, se me olvidaba; gracias del alma por decirme que me amabas y que esperabas que nunca defraudara tu confianza en mi.
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