Esmirna
Minyetty Encarnación
Yessica
Marte Sisa
Es innegable que,
imitando conductas, acciones y formas positivas tendremos resultados positivos.
Sin embargo ¿Qué pasa cuando lo que
imitamos son acciones que nos marcan negativamente en nuestra infancia?
Las lealtades familiares
son precisamente ese compromiso de cumplir con acciones y conductas de nuestros
padres o generaciones pasadas, que muchas veces se asumen de manera
inconsciente, pues este aprendizaje de lo que vemos en nuestro sistema familiar
está implícito. De esta realidad familiar estudiada por los terapeutas de
familia, entonces surge este concepto de lealtades familiares invisibles. Los
padres de la generación siguiente o el nuevo adulto joven en estos casos, no es
consciente de que está repitiendo un patrón y que está siendo leal a un
comportamiento de su familia de origen.
Estas lealtades se forman por el sentimiento
de deuda que todos los hijos sentimos por habernos traído al mundo, por
sus cuidados, por los sacrificios que realizaron por nosotros y en otra arista,
por la necesidad de pertenecer a ese grupo o sistema familiar, por el laso de
consanguineidad que nos une y por ese sentido de pertenencia del cual
psicológicamente todo ser humano precisa.
La familia tiene un rol
predominante en la transferencia y adquisición de valores, principios, carácter
y construcción de la personalidad del individuo, puesto que los hijos son
formados por las enseñanzas de sus padres y el medio que les rodea. En tal
sentido, los valores y conductas morales serán aprendidos y transmitidos de
manera generacional pero, lo mismo ocurrirá con los antivalores, conductas inapropiadas,
conflictos y crisis de la infancia o adolescencia que no hayan sido resueltos
en el momento oportuno.
Entonces ¿Por qué plantear que estas lealtades
veladas sean un enemigo para nuestras familias actuales?
En nuestra sociedad a
menudo presenciamos los siguientes ejemplos, padres agresivos porque el estilo
de crianza que adoptaron en su casa materna así les ha marcado, niños propensos
a ser potencialmente violentos por la perpetuación del circulo de la
agresividad, familias disfuncionales que conjugado con otros factores, según el
desarrollo psicosocial de Erikson arrojarán hijos con dificultades para establecer
vínculos de compromiso, crisis de identidad personal o en su defecto incapaz de
salir de una relación de maltrato a la que están sometidos.
Las consecuencias que
obtenemos de repetir los comportamiento o acciones negativas, son desastrosas,
pues si bien es cierto que en algún momento de nuestras vidas podemos
superarlas, el tiempo que tenemos con este sentimiento o comportamiento lacera
nuestras emociones, hijos y cónyuges aun inconscientemente, lo que nos limita
de cierto modo, pues no nos abrimos completamente a explorar las posibilidades
de crecer como padres y como familia.
Esto puede ser muy
peligroso en la crianza de nuestros hijos y en la familia en general, pues al
hacer lo que nos hicieron empezamos una cadena que no tendrá fin. Por las
consecuencias que se presentan en los jóvenes de entre 17 a 25 años, en cuanto
a su desarrollo individual y su identidad personal y social se ocasionará
importantes daños sociales. Ya sea que por alguna lealtad no pueda conservar
una relación duradera, descuide su rol de padre, no establezca límites claros
en sus familias o no apoye la salud psicológica y emocional de sus hijos está
lacerando la célula básica de la sociedad que es atentar contra la estabilidad
familiar.
Hacernos consientes de
nuestros procesos internos es entonces la forma de contrarrestar este enemigo
que no se ve a simple vista, que solo puede ser analizado por terceros que
pasen suficiente tiempo con el miembro de la familia y todo el sistema al que
pertenece o que el individuo se haga plenamente consciente para cortar con
ellos.
Para romper en sentido
figurado estos hilos o cadenas que enlazan esos compromisos denominados
lealtades, debemos partir de una vista introspectiva para el análisis personal,
mirar con sentido crítico a las buenas prácticas de las generaciones que
anteceden, pues, aunque lo ideal es que todas nuestras familias fueran
perfectas, nos permitimos citar la siguiente frase “la realidad es más rica que
el pensamiento” en tal sentido, nuestras realidades familiares son diferentes a
los ideales.
Realicemos un dialogo con
nosotros mismos y veamos ¿Poseo alguna lealtad mal sana? ¿Cuáles son las prácticas
que puedo emular de mis antecesores? ¿Qué practicas debo entonces cambiar en el
sistema familiar propio?
Es bien sabido, que en el
terreno de ser padres siempre estamos aprendiendo y no estamos del todo
preparados, pero sí interesados en garantizar la seguridad y estabilidad de
nuestros hijos. Debemos estar abiertos a mejorar, aprender, desaprender y
cambiar para alcanzar esa meta de ofrecer y dar siempre lo mejor por y para nuestro
matrimonio e hijos, debemos sanar y gestionar debidamente nuestras emociones.
Recordemos siempre que
los padres somos el modelo a seguir de nuestros hijos, por lo cual merece la
pena revisar nuestras acciones, pues no podemos pedirle al leoncillo enseñado a
cazar que no haga lo enseñado.
1 comentario:
Excelente
En ocasiones no sabemos dónde está el enemigo aún teniéndolo en la misma familia
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