sábado, 28 de agosto de 2021

LEALTADES INVISIBLES: EL ENEMIGO OCULTO DE LAS FAMILIA

 

Esmirna Minyetty Encarnación

Yessica Marte Sisa

 

Es innegable que, imitando conductas, acciones y formas positivas tendremos resultados positivos. Sin embargo ¿Qué pasa cuando lo que imitamos son acciones que nos marcan negativamente en nuestra infancia?

Las lealtades familiares son precisamente ese compromiso de cumplir con acciones y conductas de nuestros padres o generaciones pasadas, que muchas veces se asumen de manera inconsciente, pues este aprendizaje de lo que vemos en nuestro sistema familiar está implícito. De esta realidad familiar estudiada por los terapeutas de familia, entonces surge este concepto de lealtades familiares invisibles. Los padres de la generación siguiente o el nuevo adulto joven en estos casos, no es consciente de que está repitiendo un patrón y que está siendo leal a un comportamiento de su familia de origen.

Estas lealtades se forman por el sentimiento de deuda que todos los hijos sentimos por habernos traído al mundo, por sus cuidados, por los sacrificios que realizaron por nosotros y en otra arista, por la necesidad de pertenecer a ese grupo o sistema familiar, por el laso de consanguineidad que nos une y por ese sentido de pertenencia del cual psicológicamente todo ser humano precisa.

La familia tiene un rol predominante en la transferencia y adquisición de valores, principios, carácter y construcción de la personalidad del individuo, puesto que los hijos son formados por las enseñanzas de sus padres y el medio que les rodea. En tal sentido, los valores y conductas morales serán aprendidos y transmitidos de manera generacional pero, lo mismo ocurrirá con los antivalores, conductas inapropiadas, conflictos y crisis de la infancia o adolescencia que no hayan sido resueltos en el momento oportuno.

Entonces ¿Por qué plantear que estas lealtades veladas sean un enemigo para nuestras familias actuales?

En nuestra sociedad a menudo presenciamos los siguientes ejemplos, padres agresivos porque el estilo de crianza que adoptaron en su casa materna así les ha marcado, niños propensos a ser potencialmente violentos por la perpetuación del circulo de la agresividad, familias disfuncionales que conjugado con otros factores, según el desarrollo psicosocial de Erikson arrojarán  hijos con dificultades para establecer vínculos de compromiso, crisis de identidad personal o en su defecto incapaz de salir de una relación de maltrato a la que están sometidos.

Las consecuencias que obtenemos de repetir los comportamiento o acciones negativas, son desastrosas, pues si bien es cierto que en algún momento de nuestras vidas podemos superarlas, el tiempo que tenemos con este sentimiento o comportamiento lacera nuestras emociones, hijos y cónyuges aun inconscientemente, lo que nos limita de cierto modo, pues no nos abrimos completamente a explorar las posibilidades de crecer como padres y como familia.

Esto puede ser muy peligroso en la crianza de nuestros hijos y en la familia en general, pues al hacer lo que nos hicieron empezamos una cadena que no tendrá fin. Por las consecuencias que se presentan en los jóvenes de entre 17 a 25 años, en cuanto a su desarrollo individual y su identidad personal y social se ocasionará importantes daños sociales. Ya sea que por alguna lealtad no pueda conservar una relación duradera, descuide su rol de padre, no establezca límites claros en sus familias o no apoye la salud psicológica y emocional de sus hijos está lacerando la célula básica de la sociedad que es atentar contra la estabilidad familiar. 

Hacernos consientes de nuestros procesos internos es entonces la forma de contrarrestar este enemigo que no se ve a simple vista, que solo puede ser analizado por terceros que pasen suficiente tiempo con el miembro de la familia y todo el sistema al que pertenece o que el individuo se haga plenamente consciente para cortar con ellos.  

Para romper en sentido figurado estos hilos o cadenas que enlazan esos compromisos denominados lealtades, debemos partir de una vista introspectiva para el análisis personal, mirar con sentido crítico a las buenas prácticas de las generaciones que anteceden, pues, aunque lo ideal es que todas nuestras familias fueran perfectas, nos permitimos citar la siguiente frase “la realidad es más rica que el pensamiento” en tal sentido, nuestras realidades familiares son diferentes a los ideales.

Realicemos un dialogo con nosotros mismos y veamos ¿Poseo alguna lealtad mal sana? ¿Cuáles son las prácticas que puedo emular de mis antecesores? ¿Qué practicas debo entonces cambiar en el sistema familiar propio?

Es bien sabido, que en el terreno de ser padres siempre estamos aprendiendo y no estamos del todo preparados, pero sí interesados en garantizar la seguridad y estabilidad de nuestros hijos. Debemos estar abiertos a mejorar, aprender, desaprender y cambiar para alcanzar esa meta de ofrecer y dar siempre lo mejor por y para nuestro matrimonio e hijos, debemos sanar y gestionar debidamente nuestras emociones.

Recordemos siempre que los padres somos el modelo a seguir de nuestros hijos, por lo cual merece la pena revisar nuestras acciones, pues no podemos pedirle al leoncillo enseñado a cazar que no haga lo enseñado.

 

 

 

 

 

1 comentario:

Maria dijo...

Excelente
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