Por:
Yaniris Ysabel López
En los
últimos tiempos mucho se ha hablado del rol de la familia y la escuela en la
educación de los niños y niñas. En numerosas ocasiones se han criticado las
acciones de la escuela culpándola del deterioro de los jóvenes de la sociedad
actual, al sugerir que no se enseñan los valores y principios morales en las
aulas.
Y es
que en estos tiempos de pluriempleo, globalización y auge de las tecnologías se
ha confundido el papel de la escuela como instructora y promotora de
aprendizajes con el de la familia formadora por excelencia de los individuos a
nivel moral y espiritual.
La ley
entra por casa, es uno de los refranes utilizados por nuestros antepasados, lo
que deja claro de dónde parten la moral y las buenas costumbres. Los niños y
niñas antes de llegar a la educación inicial llevan años de experiencias,
vivencias y aprendizajes en el hogar que van marcando su manera de relacionarse
con los demás y que se pondrán en práctica al llegar a la edad escolar.
El
ejemplo de papá y mamá son determinantes en estos primeros años de vida, así
como la interacción con los parientes más cercanos, con ellos se aprende a
desarrollar el lenguaje, gestos y maneras particulares de cada núcleo familiar,
que si bien son modificados al llegar a la escuela mantienen su esencia dentro
de cada ser humano.
Es por
eso que los roles de estas dos instituciones sociales no se pueden confundir.
Ninguna de ellas puede ceder sus funciones a la otra porque generan un vacío en
el individuo muy difícil de llenar.
En el
hogar el niño debe aprender a comportarse en los ambientes sociales, enseñanza
que se fija más en la mente cuando viene de los labios de una madre o un padre
amoroso. Se recuerda cada experiencia y aunque los padres se enojen la
capacidad de perdonar es más grande cuando se trata de ellos por el vínculo que
se ha creado desde el nacimiento.
En la
escuela los estudiantes refuerzan esos valores que se han adquirido previamente
en casa, los maestros hacen grandes esfuerzos por lograr un comportamiento
adecuado que les permita a los alumnos aprovechar al máximo las enseñanzas,
pero no cuentan con ese vinculo de sangre, de cercanía que tienen los padres para
corregir y lograr cambios significativos.
Es muy
cierto que nuestra sociedad ha dado cambios vertiginosos y que la presente
generación da muestras de desequilibrio en la formación y en la transmisión de
valores; lo que 20 años atrás era inconcebible hoy es la norma, provocando que
hasta los mayorcitos veamos esas conductas como normales.
Sin
embargo, no podemos atribuir toda la responsabilidad de lo que esta pasando
solamente a la escuela, ni tampoco a la familia, existen otros factores que
están incidiendo de manera negativa en la educación de las generaciones y aquí
es donde entran las nuevas tecnologías. Los jóvenes de hoy manejan una serie de
informaciones que escapan a padres y maestros, ellos llevan gran ventaja, por
eso muchas veces cuando los padres se enteran de lo que está pasando con sus
hijos ya es demasiado tarde.
Criar
y educar en estos tiempos es una tarea difícil pues la familia debe estar
siempre al asecho para evitar que alguno de sus miembros caiga en una de las
tantas trampas que se encuentran en el medio en que se desenvuelven. Familia y
escuela deben trabajar unidas comprendiendo y asumiendo cada cual su
responsabilidad frente a los más jóvenes que son el blanco perfecto de las
tentaciones actuales.
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