Por: Jeannett Rodríguez Burgos
Una de las mayores incongruencias que hoy
existe es ver el creciente aumento de casos de violencia intrafamiliar
justamente en un sistema en el cual las personas deberían sentirse más seguras
y felices, como es el hogar. Este aumento se considera que proviene del hecho
de que en muchos hogares la violencia es normal, sobre todo cuando se aplica a
los niños, pues se cree que una malacrianza debe ser corregida con golpes,
castigos y gritos. También vale destacar que la violencia intrafamiliar es una
conducta que se aprende por imitación y no solo termina lesionando al que
recibe los golpes o maltrato dentro del hogar sino también a aquel que
contempla cómo alguien es maltratado. Otra de las razones del aumento de la
violencia es la lucha de poder entre un hombre y una mujer, sin llegar a
acuerdos armoniosos donde los más perjudicados son los hijos. Los efectos de la
violencia intrafamiliar son varios: Disminuye la autoestima de sus miembros,
altera el vínculo familiar, promueve hijos agresivos y agresores.
En la infancia
existe un impacto directo psicoemocional que se manifiesta de diferentes
formas, como la dificultad en el control de expresiones, de agresión,
sentimiento de impotencia y miedo; en lo social se dificultan la comunicación y
el establecimiento de vínculos estrechos con las demás personas, y se presentan
dificultades en la atención y concentración en el ámbito escolar. Las vidas de
las personas menores de edad sufren el impacto con un grado aún más severo: se
modifica su escolaridad, sus relaciones de amistad y de familia. En algunos
casos deben abandonar su hogar, pierden amistades y renuncian a sus
pertenencias y espacios.
Cuando son los adolescentes varones los
golpeados, tienen dificultad para enamorarse, y si tienen enamorada la suelen
tratar mal, igualmente suelen vengarse de sus hermanas y pueden presentar bajo
rendimiento escolar por perturbaciones emocionales. Es
importante destacar que este flagelo está impactando de manera negativa en la
sociedad, ya que los adolescentes y jóvenes que pertenecen a estas familias
mutiladas, a veces por falta de orientación y escasos recursos económicos para
poder ir en busca de ayuda de un profesional del área, son los que hoy día
andan por las calles promoviendo conductas inadecuadas sin temor de sus vidas.
Es necesario promover que las familias aprendan
a expresar sus emociones y a canalizar la energía negativa con acciones
positivas. “Hay que cambiar la forma de hacer las cosas, revisar qué estamos
haciendo mal; eliminar la creencia que para resolver un conflicto hay que
gritar, golpear, y eso no es así”, proponer que en los hogares se eduque con
una cultura de paz y buen trato, donde los miembros de la familia expresen sus
emociones con libertad y respeto uno del otro. Crear conciencia de que la
familia es un sistema donde todos sus miembros deben participar de forma justa
y equitativa para potenciar los valores, y que estos se reflejen de manera
positiva en la escuela y la comunidad.
Que de una manera u otra se fortalezca el lema
“Hacer un trato por el buen trato” dentro del vínculo familiar.
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