Por: Esmeralda Canela
Hace no mucho tiempo atrás, aunque actualmente parezca increíble, todos los dominicanos conocían y reconocían la
definición de familia como una institución donde el individuo tiene formación, “y sino se forma un mejor hogar marchar bien no puede la sociedad”. Ese pequeño estribillo era memorizado e interiorizado por los pequeños y corroborado por los padres mediante sus acciones y ejemplos.
En la actualidad, lamentablemente, se tiene la errada percepción que los entes encargados de la formación de los niños, niñas y adolescentes son la sociedad, la escuela, el estado y/o hasta el vecino. Las familias han intentado descargar sus funciones, que, de acuerdo a Murdock son: función sexual, económica, reproductiva y educativa a las entidades antes mencionadas.
La tan necesaria formación familiar se ha ido menguando hasta convertirse en un ente proveedor, casi exclusivamente, de necesidades materiales o en muchos casos no suplir ninguna, siendo el resultado de este accionar las inversiones de roles, la carencia de limites claros y la permisividad.
Por ende, la estructura familiar no está centrada en bases sólidas porque los padres en estos tiempos están más interesados en ser amigos de sus hijos que en ser sus guías y forjadores, por tal razón exigen y esperan que la educación en todas sus vertientes sea proporcionada por el sistema educativo y en cuanto respecta a la sociedad que sea tan permisiva y tolerante como ellos.
Es justamente de este choque entre la realidad y lo esperado que surge la necesidad de buscar ayuda mediante un tratamiento terapéutico que sirva para aliviar el malestar psicológico y emocional que manifiesta la familia o sus miembros cuando la dinámica familiar no responde a los estándares sociales establecidos. La búsqueda de esta ayuda puede ser voluntaria o recomendada/inducida.
El objetivo de la terapia familiar es comprender, ayudar, pautar metas y servir de soporte para que se logren los cambios propuestos y esperados. Cabe destacar que este proceso parte de una entrevista inicial en la cual la familia expresa sus preocupaciones, quejas y necesidades. Este primer encuentro de ser fluido y el éxito del proceso dependerá de la motivación de la familia en buscar ayuda y el rapport que se instaure con el/la terapeuta.
La labor de un terapeuta debe centrarse en reconocer y entender la problemática, por qué surge, en qué ámbito se manifiesta y la intervención a realizar. En ese primer encuentro la familia debe irse a casa con la sensación de haber sido comprendidos y escuchados, además de saber que deben interiorizar el deseo de hacer un cambio a favor de todo el núcleo familiar y que el mismo no se limitará a los 45 o 50 minutos de las sesiones.
Durante la etapa de la niñez y adolescencia, la escuela suele ser la voz de alerta que propicia la búsqueda de ayuda profesional, mediante el seguimiento de casos específicos que se presentan en el plantel. El referimiento se hace con el objetivo de lograr un cambio emocional, conductual y/o psicológico que se traduzca en la modificación de la conducta presentada y que facilite la correcta inserción del individuo al contexto escolar inicialmente y más tarde al social.
Es por ello que los padres necesitan comprender que en ocasiones no es lo que se predica sino lo que se practica lo que marca a sus hijos. Recuerdo una conversación durante un spot publicitario de hace aproximadamente una década o quizás más en donde un padre cruzando un río se dirige a su hijo, quien lo sigue muy de cerca, y le dice: hijo ten cuidado, a lo que el niño responde: no papá, ten cuidado tu porque yo sigo tus pasos
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