Por:
Elis M. Sánchez Ruiz.
Muchos
autores han hablado de la familia realizando numerosas conceptualizaciones y tipología,
como la descrita por Alberto Strauss (1995) que expresa Familia: ¨es un grupo que tiene una estructura básica
(padre, madre, hijos) habitando en un espacio durante ciclos vitales, que tiene
como fin cumplir con funciones sexuales, reproductoras, económicas,
socioeducativas y afectivas y que funciona como un sistema con sus propias
reglas¨. Pero ¿Nos hemos sentado alguna vez a pensar sobre nuestra
existencia en nuestras familias y lo que esta significa realmente para nosotros?
y saber ¿De dónde venimos?
Para
los creyentes sin importar el grupo
religioso, la familia es instituida por Dios, pero ¿Qué piensan las personas que no
creen en este ser superior?
Vemos
nuestro origen familiar y buscamos respuestas, entender de dónde venimos, en ocasiones
nos crea negación porque queremos ser más que nuestros padres o abuelos, nos
sentimos ser seres superiores a ellos, pero ¿A dónde nos lleva todo esto?
Nuestro
sistema familiar, sistema lleno de personas fuertes, decididas, triunfadoras,
luchadoras, honestas, pero también con personas no gratas, asesinos,
violadores, crueles, ladrones, que marcan nuestro pasado y a los cuales
decidimos serles leales.
Cuando
por primera vez nos piden que hagamos nuestro árbol genealógico nos llenamos de
dudas e incertidumbres y abrumamos a todos los que podamos, para que nos
cuenten la historia de nuestro origen, ahí nos damos cuenta que tenemos el
nombre de nuestro abuelo o bisabuelo, o quizás
una combinación de ambos, o que tenemos los ojos de la abuela y la sonrisa
del abuelo por citar algunos de los hallazgos.
Pero
¿Qué tan fieles podemos llegar a ser a nuestro sistema familiar? a esas
creencias y costumbres que aprendimos de generación en generación, que marcan nuestras
vidas sin darnos cuenta, marcando nuestro accionar, incluso llegamos a ser tan parecidos a nuestros
padres que pareciéramos ser una copia perfecta de ellos, pero ¿Qué tan
consientes estamos de esa realidad?, o simplemente decimos “mis padres y yo no
somos iguales”, y llegamos a ser dignos hijos de nuestros padres.
Pasamos
toda una vida buscando respuestas a numerosos problemas y situaciones, pero olvidamos
buscar en el lugar más importante, la fuente de todo, el manantial de nuestras
vivencias, de lo que nos conecta, de lo que nos permite sentir que pertenecemos
con una lealtad invisible, con un profundo amor y lealtad a nuestros orígenes.
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