Por.
VANESA ANGIERIS FIGARO
La neuroeducación es
una nueva visión de la enseñanza basada en el cerebro. Es una visión que ha
nacido al amparo de esa revolución cultural que ha venido en llamarse
neurocultura. La neuroeducación aprovecha los
conocimientos sobre cómo funciona el cerebro integrado con la psicología, la
sociología y la medicina, en un intento de mejorar y potenciar tanto los
procesos de aprendizaje y memoria de los estudiantes, como los de enseñanza por
parte de los profesores.
En el corazón de este
nuevo concepto está la emoción, este ingrediente emocional es fundamental tanto
para el que enseña como para el que aprende. No hay proceso de enseñanza verdadero
si no se sostiene sobre esa columna de la emoción, en sus infinitas
perspectivas.
La neurociencia
enseña hoy que el binomio emoción-cognición es indisoluble, intrínseco al
diseño anatómico y funcional del cerebro. Este diseño, labrado a lo largo de
muchos millones de años de proceso evolutivo, nos indica que toda información
sensorial, antes de ser procesada por la corteza cerebral en sus áreas de
asociación (procesos mentales, cognitivos), pasa por el sistema límbico o
cerebro emocional, en donde adquiere un tinte, un colorido emocional. Y es
después, en esas áreas de asociación, en donde, en redes neuronales
distribuidas, se crean los abstractos, las ideas, los elementos básicos del
pensamiento.
De modo que el
procesamiento cognitivo, por el que se crea pensamiento, ya se hace con esos
elementos básicos (los abstractos) que poseen un significado, de placer o
dolor, de bueno o de malo. De ahí lo intrínseco de la emoción en todo proceso
racional, lo que implica aprender y memorizar.
Los seres humanos no
somos seres racionales a secas, sino más bien seres primero emocionales y luego
racionales. Y, además, sociales. La naturaleza humana se basa en una herencia
escrita en códigos de nuestro cerebro profundo, y eso lo impregna todo, lo que
incluye nuestra vida personal y social cotidiana y, como he señalado, nuestros
pensamientos y razonamientos. Esa realidad se debe poner hoy encima de
cualquier mesa de discusión sobre la educación del ser humano.
Es esta realidad la
que nos lleva a entender que un enfoque emocional es nuclear para aprender y
memorizar, y, desde luego, para enseñar. Y nos lleva a entender que lo que
mejor se aprende es aquello que se ama, aquello que te dice algo, aquello que,
de alguna manera, resuena y es consonante con lo que emocionalmente llevas
dentro. Cuando tal cosa ocurre, sobre todo en el despertar del aprendizaje en
los niños, sus ojos brillan, resplandecen, se llenan de alegría, de sentido, y
eso les empuja a aprender.
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