Rafaela Tamarez
Un
docente entusiasta tiene la capacidad de lograr la integración automática de
sus estudiantes, sacando de ellos el mayor de su potencial, inspirando
confianza, apoyo, inyectando una buena dosis de empoderamiento, ayudando a
eliminar temores, complejos, timidez, falta de fe, falta de confianza en sí
mismos. El entusiasmo en el docente es capaz de derribar murallas que se forman
en el transcurso del desarrollo de los procesos de crecimiento, como la primera
infancia, la pubertad, la adolescencia y la adultez. En la construcción de estas murallas
intervienen diversos factores y actores de la sociedad, como son, el núcleo
familiar, el hogar, la interacción con los distintos miembros de la familia,
los centros educativos, los centros culturales y deportivos, durante el paso por
cada una de las etapas del crecimiento de manera inconsciente vamos adoptando
conductas impropias y propias que son las que nos van formando como ser humano,
si contamos con la ayuda del docente para encausar, dirigir, guiar estas
conductas impropias llegaremos a la adultez con un cumulo de comportamientos de
los cuales no tenemos ni el conocimiento ni las experiencias necesarias para
redefinir nuestro proceder al momento que nos corresponda proyectarnos como
profesionales competitivos, de ahí la gran importancia de contar con docente
que disfrute compartir su conocimiento de manera divertida, innovadora y
proactiva.
Un docente apático
puede tener la capacidad, la preparación, la experiencia, pero su desinterés,
su apatía, sepulta toda clase de motivación, integración, colaboración y
entusiasmo, con estos factores en contra el docente llevara una carga muy pesada
pues le tocara impartir el conocimiento sin contar con la colaboración de sus
estudiantes y de esta forma es muy cuesta arriba que los conocimientos sean
entendidos y practicados, pues la falta de motivación elimina la creatividad,
la proactividad, la integración, de esta forma es imposible intercambiar ideas
y lograr un ambiente interactivo, convirtiendo la clase en una monótona y
aburrida docencia, los docentes apáticos son multiplicadores inseguridad,
incertidumbre, la hostilidad, el aislamiento y la mediocridad. La apatía en un
docente de este siglo es como una patología que debe ser tratada por profesionales
de la conducta humana para que puedan modificar ese comportamiento que tanto
limita y coarta el aprendizaje productivo y eficaz. Es importante crear
conciencia de que la educación es un arte y quien no se sienta identificado con
el arte de cultivar el conocimiento debe autoevaluarse y reencausar su
proyección profesional de forma que logre su satisfacción profesional, ya que
la insatisfacción profesional es uno de los factores que influyen en la apatía
del docente,
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